Creada en 1989, Colombia Vive de Milton Charruti es más que una obra de arte; es un manifiesto visual de resistencia y vida en medio de un contexto marcado por la violencia y la agitación social en Colombia. La pieza emerge durante una de las épocas más complejas del país, cuando el conflicto armado y la violencia del narcotráfico amenazaban las raíces mismas de la sociedad.

 

La obra se caracteriza por texturas y colores que evocan la tierra, símbolos de conexión con el territorio, pero también de las heridas infligidas por el caos. Charruti recurre a un lenguaje abstracto para reflejar tanto el dolor como la esperanza. A pesar de la oscuridad del contexto, el título Colombia Vive es un grito de afirmación, una declaración de la capacidad del pueblo colombiano para resistir, adaptarse y seguir adelante.

 

En su exploración artística, Charruti logra encapsular las contradicciones de un país vibrante pero desgarrado. Las formas y colores sugieren fragmentación y reconstrucción, recordándonos la resiliencia inherente a la cultura colombiana. Al mismo tiempo, invita a una reflexión crítica sobre el impacto del contexto sociopolítico en la vida cotidiana y en el alma de la nación.

Pan de maíz (2019) de Carlos Alfonso es una obra que representa su enfoque interdisciplinario y su profunda exploración de la antropología del alimento. En esta pieza, Alfonso combina la pintura, el dibujo, el texto, la escultura y el audiovisual para crear una obra que va más allá de lo visual y se convierte en un espacio de colaboración y co-creación. El maíz, elemento central de la obra, no solo se presenta como un alimento básico de la cultura latinoamericana, sino también como un símbolo de identidad, comunidad y memoria cultural.


A través de esta pieza, Alfonso invita al espectador a un diálogo que explora los vínculos entre la comida, la memoria colectiva y la identidad cultural. El pan de maíz se convierte en una metáfora de los lazos sociales y las tradiciones que unen a las comunidades, especialmente en contextos rurales donde el maíz ha sido históricamente la base de la alimentación. Para Alfonso, el dibujo actúa como una herramienta fundamental en su proceso creativo, permitiéndole contar historias y compartir saberes diversos.


Este enfoque interdisciplinario también se refleja en la serie de obras previas del artista, como Pan de plátano, Tres hermanas y Notas sobre el calor, en las que el artista toma recetas tradicionales y las transforma en una experiencia artística más amplia, conectando la cocina con lo pictórico y otros medios expresivos. Así, Pan de maíz se inserta dentro de una práctica artística que fomenta el intercambio de conocimientos y resalta la importancia de la hospitalidad y la reciprocidad en la creación colectiva.


En definitiva, la obra no solo representa el alimento, sino que crea un espacio para el diálogo y la reflexión sobre las tradiciones culturales y el acto de compartir. A través de esta obra, Alfonso nos recuerda que el arte puede ser un vehículo para la memoria, la identidad y la resistencia, al mismo tiempo que resalta la importancia de la colaboración en el proceso creativo.

Imagina una historia tejida con maíz, guayaba y fuego, donde los ingredientes y los platos hacen eco de las obras que los inspiran. Así es el postre de Tabi Isabel Castellanos: un manifiesto de la sensualidad de Jim Amaral, un eco de las inquietudes humanas de Ruby Posada, un reflejo de las tragedias contadas por Carlos Caicedo, un estallido de color que dialoga con la obra de Milton Charruti, la simpleza brillante de Carlos Alfonso, y un abrazo a la diversidad celebrada por Ana Mercedes Hoyos.

 

Hay postres que endulzan el momento, y otros que nos llevan de viaje. El de Tabi pertenece a esta última categoría: una creación que no solo alimenta, sino que también cuenta historias. Cada bocado es una puerta que se abre hacia una interpretación de estas piezas, un diálogo entre lo visual, lo sensorial y lo emocional.

 

Como en los delantales de Ana Mercedes Hoyos, la tarta lleva el hilo de una tradición rica y resistente, celebrando la creatividad y la labor silenciosa de las mujeres en las cocinas de Palenque. La textura vibrante y la elección de ingredientes locales es un homenaje a esa conexión visceral con el territorio colombiano que evoca Charruti. Conmovida por la tragedia inmortalizada por Carlos Caicedo, Tabi eligió honrar un legado de consciencia alimentaria, utilizando harinas autóctonas que nos recuerdan la fragilidad y la fortaleza que se encuentran en la misma mesa. La influencia de Carlos Alfonso se manifiesta en la revalorización del maíz, no solo como un alimento básico, sino como un símbolo de comunidad. Y en los gestos sensuales y creativos de Jim Amaral, la chef encontró un lenguaje que tradujo en sabores: lo tangible y lo etéreo unidos en un postre que es tanto experiencia como contemplación.

 

Este postre es un cruce de caminos, un homenaje a la identidad cultural, a las heridas y celebraciones de un pueblo, y al poder transformador de las manos que crean.

 

O R T A  E S P I R A L  2

 

 

 

La obra Flor Invisible (1979) de Jim Amaral refleja su exploración constante de las dualidades de la existencia humana, particularmente a través de su enfoque sobre el cuerpo, la anatomía y las relaciones entre lo masculino y lo femenino. A lo largo de su carrera, Amaral ha utilizado el dibujo como una herramienta esencial para desmitificar y reinterpretar estas relaciones, y en esta obra, aborda la ambigüedad de lo visible y lo oculto, un tema recurrente en su producción artística.

 

En Flor Invisible, el artista juega con la idea de lo ausente, de lo que no se puede ver, pero que de alguna forma sí existe. El título mismo sugiere la presencia de algo intangible, algo que está más allá de la percepción directa, y que solo puede ser insinuado a través de su representación. Este concepto resuena profundamente con la práctica de Amaral, que con frecuencia aborda la tensión entre lo visible y lo invisible, la presencia y la ausencia, creando una compleja interacción entre forma y emoción. Las figuras humanas en su obra a menudo se presentan de manera fragmentada o alterada, con un realismo anatómico detallado que se combina con elementos surrealistas, creando una sensación tanto de belleza como de perturbación.

 

El uso de líneas suaves y detalles precisos en la obra refleja el dominio técnico de Amaral, mientras que la atmósfera surrealista sugiere una realidad más allá de lo físico, más allá de lo que el ojo humano puede captar. Amaral ha sido un maestro en integrar lo grotesco con lo sublime, y Flor Invisible no es una excepción. A través de esta obra, el artista invita a la reflexión sobre las fuerzas invisibles que gobiernan nuestras vidas, esas que nos afectan de manera profunda pero que no podemos tocar ni ver.

El contraste entre lo tangible y lo intocable en la obra de Amaral invita a explorar el poder de lo que no se ve, y cómo estos elementos invisibles influyen y conforman nuestra realidad emocional y física. Este enfoque en las dualidades y las ambigüedades no solo provoca una reflexión profunda sobre la naturaleza humana, sino que también plantea una conexión con las experiencias sensoriales que no necesariamente se limitan a lo físico o lo visible.

 

El trabajo de Amaral no solo es una exploración de lo corporal, sino también de lo que se oculta detrás de las capas visibles de la existencia humana. En Flor Invisible, esa flor que no podemos ver se convierte en un símbolo de la complejidad y las capas ocultas que forman parte de nuestras vidas, invitándonos a percibir más allá de lo evidente, más allá de lo inmediatamente visible.

T A B I  I S A B E L 

C A S T E L L A N O S

es una artista plástica y ceramista.


Estudió artes visuales en la Universidad Javeriana. Isabel ha centrado su trabajo artístico en prácticas relacionales, generando espacios de intercambio de diferentes disciplinas. A través de la gastronomía ha encontrado un medio de expresión e investigación del territorio desde lo simbólico y lo personal. Preguntándose cómo los espacios alrededor de la comida pueden generar dinámicas que atraviesan al cuerpo con el territorio y lo simbólico, encontró en la pastelería y la cerámica un medio de expresión e investigación de inquietudes tanto estéticas como del territorio, el sabor y la tradición en la cocina. Recientemente inció su proyecto COCO ONCES

Carlos Caicedo

Envenenamiento en Chiquinquirá

Fotografía B.N

68.8  x 49 cm / 71.3  x 51.3 cm

1967

Colección MAMBO


Ana Mercedes Hoyos

Sin título

Acrílico sobre tela

2008

Colección MAMBO

 


Ruby Posada,

Regresar al principio es seguir adelante

Intaglio y grabado sobre acrìlico

52.6  x 75 cm / - cm

1987

Colección MAMBO

Carlos Alfonso, 

Pan de maíz

Tinta sobre papel. Única edición

58.5 x 88.5 cm /  

2019

Colección MAMBO

Milton Charruti Blanc

Colombia vive

Acrílico sobre tela

80  x 60 cm / - -

1989

Colección MAMBO

Jim Amaral

Flor Invisible, plancha 48 - Invisible Flower, Plate 48

Acuarela y tinta sobre papel

47  x 38.2 cm / 66.1 x 47.2 cm. cm

1979

Colección MAMBO


El 25 de noviembre de 1967, el municipio de Chiquinquirá, Boyacá, fue escenario de una de las mayores tragedias alimentarias en la historia de Colombia. Más de 100 personas, en su mayoría niños, fallecieron tras consumir pan contaminado con Folidol, un potente insecticida organofosforado utilizado en cultivos de papa. Este accidente masivo fue causado por un error de manipulación: un frasco con el químico se derramó sobre sacos de harina en un camión que transportaba insumos desde Bogotá hasta la panadería Nutibara. Este fatídico incidente dejó también más de 500 personas intoxicadas, convirtiéndose en un recuerdo imborrable para los habitantes del país.


En este contexto, Carlos Caicedo, fotógrafo reportero, capturó con su lente un instante de esa tragedia que marcó profundamente a la sociedad colombiana. Su obra "Envenenamiento en Chiquinquirá" inmortalizó el impacto de este desastre a través de imágenes de desgarradora humanidad, incluyendo una fotografía icónica de un niño que había sido declarado muerto y, milagrosamente, mostró señales de vida momentos después.


La obra de Caicedo no solo documenta un evento histórico, sino que nos enfrenta a la fragilidad de la vida y a las complejas intersecciones entre error humano, desigualdad y tragedia social. Publicada en medios internacionales como la revista Life, su fotografía resonó a nivel global, iluminando las vidas que quedaron suspendidas en un instante, arrebatadas por un elemento tan cotidiano y simbólico como el pan.


Hoy, esta obra es un recordatorio no solo de los riesgos que corren los más vulnerables frente a negligencias humanas, sino también de la capacidad del arte para eternizar momentos de dolor colectivo y transformarlos en memoria, reflexión y aprendizaje. En cada bocado de pan que compartimos, la historia de Chiquinquirá nos interpela, recordándonos el delicado equilibrio entre lo que nos nutre y lo que, sin intención, puede dañarnos.


El trabajo de Caicedo, con su sensibilidad y precisión, sigue siendo un homenaje silencioso a las víctimas y una invitación a la consciencia alimentaria y social.

En su serie de delantales, Ana Mercedes Hoyos realiza un proceso de abstracción que transforma lo cotidiano en arte cargado de significado. La obra Sin título (2008) es un ejemplo claro de cómo la artista, a través de la figura del delantal, trasciende lo literal para ofrecer una representación visual de la identidad cultural de Colombia. Hoyos transforma un objeto cotidiano en un símbolo de resistencia, belleza y creatividad, especialmente en el contexto de las comunidades afrodescendientes de San Basilio de Palenque.


Los delantales en sus obras no solo son una representación de la cocina como espacio de creación y tradición, sino que también rinden homenaje a las mujeres que han tejido, a través de generaciones, la historia cultural desde este espacio íntimo.  En sus delantales, ella explora esta conexión a través de colores vibrantes y patrones geométricos que evocan no solo la diversidad del pueblo colombiano, sino también la riqueza de su historia. El proceso de abstracción que Hoyos emplea despoja a la figura del delantal de su literalidad, elevándola a una metáfora del trabajo y la creatividad, al mismo tiempo que rinde homenaje a las comunidades afrocolombianas, especialmente la de San Basilio de Palenque.


Durante su estancia en Palenque, Hoyos fue testigo de la vida cotidiana de las mujeres palenqueras, lo que la inspiró a representar sus vivencias mediante un estilo vibrante y cargado de simbolismo. El moño que aparece en sus obras se convierte en un ícono de belleza y libertad, en un guiño a la tradición cultural, pero también a la resistencia del pueblo afrocolombiano.


En Sin título, Hoyos continua desarrollando este lenguaje visual que, aunque centrado en un elemento simple como el delantal, se adentra en una reflexión profunda sobre las prácticas cotidianas que configuran la identidad. La obra invita a reconsiderar lo que puede parecer trivial y, a través de una paleta de colores y formas depuradas, la artista propone un espacio para la contemplación de las raíces y tradiciones que dan forma a la historia del país.

Posada invita a una profunda reflexión sobre la memoria, la historia personal y colectiva, y cómo estas influyen en la identidad. El título sugiere un juego entre los conceptos de retorno y avance, un contraste que podría interpretarse como una invitación a considerar cómo el pasado afecta el presente y el futuro.

 

El cuerpo humano es central en la obra de Posada, abordando la sexualidad de manera que sugiere un erotismo reflexivo y complejo. En este sentido, la obra no solo dialoga con las identidades de género y los cuerpos, sino también con la memoria y los ciclos que nos definen. La espiral, un símbolo recurrente, se convierte en un eje central en el emplatado propuesto por la chef, representando un ciclo de sabores en constante reinvención. Esta forma de espiral refleja cómo la obra de Posada invita a repensar la continuidad y la transformación, tanto en el arte como en la experiencia culinaria.

 

Tabi explica que la espiral la inspira a crear capas de sabor que reinventan lo conocido, y lo traslada al plato con la forma espiral del limón, creando un vínculo entre las formas y las experiencias sensoriales que evocan la misma idea de circularidad y evolución presente en la obra de Posada. Al igual que la espiral, el plato es una reinterpretación constante, un regreso al principio que, al mismo tiempo, avanza hacia nuevas experiencias sensoriales.

Fotografía de Juan Yaruro

Todas las fotos de libretas son de la libreta de apuntes de la chef.

Fotografía de Juan Yaruro